Contar en Silla

Paraules al vent es un festival del que este año se ha celebrado su segunda edición. Olé qué manera de empezar con una frase enrevesada. El año pasado tuve suerte y me llamaron. Este año la tuve de nuevo y ayer anduve por sus calles y plazas contando mis historias.

Tres plazas, tres. Con sesiones de media hora en cada una. A las ocho la primera, con niños y niñas recién merendados y con ganas de hacer algo: correr, columpiarse, saltar, mojarse, escuchar cuentos... Por eso no es fácil que cuando empiezo haya más de ocho niños, pero tampoco es difícil que comforme las historias van saliendo, los niños y sus adultos responsables (de los menores) se vayan sentando. De plaza en plaza, me acompaña Mayte, como véis en la foto, sonriendo los dos, sudando yo. Detrás, a la derecha se ve media Cristina, que cuenta después de mis historias, y para que la veáis bien os pongo otra foto de otra plaza y más tarde, después de cenar, donde la temperatura ya ha bajado un poco y, por suerte, las bicicletas ya no son necesarias.

Sería para mí imposible hablar de cuentos en Silla sin hablar de Pau, un hombre con nombre bonito y buenas ganas de muchas cosas. La lástima es que sólo le dejan hacer algunas y anda así, peleando para que en el lugar donde trabaja se vean algunas de las cosas que sueña. Por suerte, a veces la vida te ofrece estas sorpresas, se ha cruzado en su camino con Benja y con Susana y con, seguro, algunas personas más que le han ayudado a empujar del carro y este año, para la segunda edición, han conseguido permiso para algo muy especial: contar en La Albufera de Valencia. Según cuentan, Silla viene de Sa Illa, ya que era una isla en este lago de agua dulce cerquita, muy cerquita del mar. Cuarenta personas, cuatro barcas, nueve narradoræs, una noche calma, con una temperatura ideal, un lago de aguas quietas en la misma orilla del Mediterráneo y una luna que inundó cada una de las nueve historias que se escucharon. Personalmente me encantaron la de Boni, la de Carles Cano, la de Llorenç y, quizá la que más, la de Cristina Verbena que introdujo con una canción y hablaba de una narradora natural que se hace profesional cuando emigra a los Estado Unidos.

La quietud del agua creo que aunó las respiraciones y creo un único latir acuático. Fue todo un lujo, un regalo de los grandes escuchar distintas voces, mecidos por una belleza natural. Por su puesto que el año que viene se repetirá, pero por los trámites de los permisos, probablemente se haga al atardecer. Imagino yo que los peces, que en un principio tímidos pero que poco a poco se iban animando a saltar para escuchar unos instantes de las historias, el año que viene serán puntuales y saltarán más para disfrutar después de su recuerdo. 

Un lujo insisto.

Las siluetas que dejaba ver el resplandor de eso que llaman civilización a lo lejos no eran menos bellas, aún así, la luna, de lejos insistía en captar su atención y cierto es que lo consiguió. 

El viaje de regreso fue tranquilo, aunque desde alguna barca se oían las risas por encima de los motores que nos llevaban. Después foto, ésta, desde la izquierda Llorenç, Susu, Martha Escudero, Vicent Cortés, Boni Ofogo, Cecilia, Cristina Verbena, Carles Cano y yo, tieso como un rábano tieso. será por la humedad.

Más tarde un paseo por la silenciosa ciudad dormida que a sus tres de la madrugada nos regalaba una temperatura ideal para hacer la noche más larga y compartir, ante todo, risas. Un trago de agua (fue lo único que alcanzamos a comprar), una napolitana recién horneada y abrazos y besos de despedida.

Un lujo que además, se hace cerca de mi  casa. ¿Alguien da más?

Para la información de l*s lectoræs, La Albufera se puede visitar en esas mismas barcas durante el día y, quién sabe si alguno de los barqueros se anime y os cuente alguna historia.

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