Cuando fui pequeño, mi padre me llevaba en la parte de atrás de un renault ocho blanco, sin cinturón ni nada (que no era ni moda ni ley), acompañado por mi hermana y un canario gris que se llamaba Gris (el canario, claro). 


Mi madre, junto a una radio que rara vez esparaba a que acabara una canción entera para perder la sintonía, una botella de agua fresca dentro de una nevera a sus pies donde se apelotonaban  también bocadillos de tortilla, pan, chorizo y melocotones, acompañaba a mi padre en la parte delantera.

Me he pasado una gozosa infancia recorriendo la península en la privilegiada ventanilla izquierda de un coche con xilófono en la refrigeración trasera del motor. Una ventanilla que cuando se acababan las canciones, la conversación familiar o los juegos fraternales del veo veo o las palabras encadenadas, se convertía en una puerta que conjugaba muy bien mi adentro efervescente con el afuera pasajero y bello. Por aquella época las carreteras acariciaban la tierra subiendo y bajando con ella,  y tu emoción subía en forma de suspiro y te dejaba un ¡ay! que había a quien le mareaba. Mientras los campos se extendían allá y los "pueblos pueblos" que cruzaban las "carreteras camino" de entonces, permanecían silenciosos o no, ante mi mirada de niño que mira. 

Y así soñé más ciudades y pueblos de los que conocí. Y mira que mi padre andaba empeñado en enseñarnos lugares nuevos cada fin de semana. Y nosotros con ganas, a veces, lo disfrutábamos siempre. Y así, se me escapan pocos pantanos del centro peninsular. Menos que a mi padre conejos que dejaba atontados de una colleja que yo maldecía pero que olvidaba al día siguiente en el que aquel conejo acompañaba a un arroz exquisito.

Cuenca fue una de aquellas dulces ciudades de familia. Recuerdo las cuestas, las piedras por todos lados, alguna foto perdida y la Ciudad Encantada. Así me quedé yo, deseando expropiar a quien fuera aquella zona para irme a vivir y enseñar la ciudad encantada a mi manera, a mis amigos. Es curioso el caciquismo que a veces surge en la infancia. Hay gente que no se cura y a los 40 sigue soñando con expropiar para apropiarse.

Con esa imagen me quedé: Cuenca, Ciudad de Piedra.

De joven, adolescente diría yo porque tenía más faltas que virtudes, regresé mochilero y enamoradizo a esta ciudad que me sorprendió con dos ríos que la abrazaban y que yo no recordaba, y como estaba enamoradizo me enamoré, pero del agua. Cuenca, ciudad De Agua.

Me manifesté enamorado desde el principio, convirtiéndose Cuenca en un punto estratégico de mis nostalgias. Pasear sus calles altas o las costas bajas de sus ríos en el silencio de la noche es un regalo único al alcance de cualquiera. 

Y así con mi renault dieciocho, blanco también, fui conociendo más esta ciudad y sin dejar de ser Cuenca, De Silencios, De agua, De piedra, pasó a ser De Vinos, De Buen Yantar a chirla come.
A Cuenca llega una de las carreteras más bonitas que aún nos quedan. La N-420, que nos trae desde Teruel, bordeando el agua, celebrando la naturaleza, amansando la vida.

Tuve la suerte de que mi oficio de viento me ligara más aún a esta ciudad. Tanto que desde hace ocho años con éste, cada Feria Regional del Libro y de la Lectura de Castilla La Mancha, aparezco por allí. Tantos años, con sus noches, dan para mucho, y de hecho hay gente a la que sólo veo una vez al año, en Cuenca, como con Belén, la Kalandraka, la señora de las bolsas azules y los libros bonitos con quien reservo risas y conversaciones bonitas para celebrarlas en esta ciudad. Y la alegría es grande. Sobre todo al saber que no sólo me pasa a mí y es que Cuenca, es también ciudad De Encuentros
 
Cuenca es una verdadera ciudad oreja. Se lo ha ganado a pulso. De los treinta y dos que éramos hace ocho años cuando fui a contar vestido de blanco y descalzo mis cuentos bíblicos, a los más de cuatrocientos que fuimos la noche del pasado domingo donde estrené Fuego. Más de mil ochocientas personas se han acercado a escuchar las historias de este año que era el primero que llevaba nombre de festival: Cuenca, ciudad De Palabra. Un nombre bonito para un encuentro que desde la primera noche ya sorprendió gratamente tanto por la gente que escuchaba como la voz de quien nos hizo un repaso por la cultura porcina y vinatera a la que pertenecemos. Un grande Ignacio Sanz, una delicada Virginia Imaz, una sorprendente Jaquelín de Barros, y un brillante Aldo Méndez.

Es curioso también como casi todas las noches apareció en alguno de los cuentos, la figura de la persona que cuenta y la fuerza de las palabras. A veces esporádicamente, a veces tomando las riendas de la sesión entera. En las noches de cuentos se hablaba de contar cuentos. Y así tuvimos al romancero de Ignacio, o a la abuela de Aldo, o  el señor Ziripot de Virginia que nos sedujo a lo largo de su sesión.

Este año estrené Fuego. Una sesión donde otro contador, Eufemio Sanchez Morcón, da sentido y amalgama las historias que la forman. Cinco historias y una carta de amor donde la palabra, el fuego y la mirada toman un papel único.  Cinco historias y un secreto, un secreto por el que Eufemio fue proscrito y luego necesario. Cinco historias que cuento y un secreto que comparto con una carta de amor.

Estreno sesión para adultos desde hace cinco años con éste. Estrenar en Cuenca es un reto y un goce. Los grandes retos suponen grandes esfuerzos pero también dan grandes satisfacciones. En Cuenca me pongo más nervioso que nunca. Algunos cuentos toman voz por primera vez, ante un público tan exigente como universal. El público de Cuenca es el molde de la voz de mis historias. Y si gusta en Cuenca, gusta bien.

A Fuego le queda un año de pulir, de trabajar, de reafirmar. Fuego me rueda por dentro, me acompaña en muchos de los kilómetros que hago, le busco sus canciones preferidas y va ajustándose poco a poco. En el invierno del año que viene la incorporaré a mi repertorio. Para entonces estará cosida y remendada, dispuesta a seducir y dejarse seducir.

El mismo proceso pasaron Nudo , que ya dejaré de contar este mes como espectáculo para adultos afincándose en secundaria donde funciona son soltura, Yayerías , Las Cuatro Esquinas  y Zafa, la sesión que estrené el pasado año y que con solo dos historias recorre la vida de alguien sin ningún particular a simple vista, pero con muchas cosas que contar así, de cerca. Una versión de Zafa reducida y adaptada la he estado contando estos días pasados en Elda, a alumnado de 5º y 6º de primaria y les ha gustado.

Detrás de la Feria hay mucha gente. Mucha a la que agradecerle todo, desde una mesa para poner los libros, a un micro con diadema, una botella de agua, una cerveza, una sonrisa, un...



Caber cabrían, pero seguro que me dejaría a alguien. Me hago hueco en el párrafo para de entre todos nombrar a David, motor y hacedor de mucho de lo que aquí se trajina, en especial lo vinculado con el cuento contado, con la palabra dicha.


Así que, a modo de representación de todos, valga esta foto donde están otros motores también, valiente polvorilla la de la foto con, desde la izquierda, Julia, Mila, Virgicris, David, mis restos y Begoña, y vaya con ella (con la foto, no con Begoña) toda mi admiración y gratitud a la organización y al público de Cuenca, ciudad De Palabra.

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