EROS, el dios.
21 ene 2010
El sábado nueve de enero fue un día intenso. Tras la sesión en Alcorcón, tuve el placer (el primero de la tarde) de comer con personas a las que quiero. Qué locura este Madrid. Encontrar cerca de plaza de Castilla un sitio, así, hogareño para comer, al parecer es complicado, así que nos fuimos a uno de gastronomía tan global como la economía, pero lo disfrutamos como si hubiéramos estado en Ca'Pepe comiendo sus huevos con espárragos y papas al mojo con tomate y jarras de cerveza van y jarras de cerveza vienen. La verdad es que de cerveza no, pero de sangría sí que cayó alguna.
Teníamos una cita importante (otra, vaya fin de semana), una Exposición de Erotismo privada, procedente de una colección particular y a la que sólo se accedía mediante invitación. Un lujo, vaya. Y si ya la propuesta era atractiva, la exposición resultó una pasada. Al principio solo éramos tres los visitantes de la exposición (Pep, Mariage y yo), así que a una de sus comisarias (Alicia), le dio tiempo a explicar detalladamente cada objeto expuesto, su utilidad, su historia y su contexto: dónde lo había adquirido, por qué, qué había oído sobre el objeto... Atendió pacientemente a nuestras preguntas y atendimos con afán a sus respuestas. Tras la visita, brindamos con otra botella de Espumante (Champín para Pep) que había preparado al otra la segunda comisaria, (Carmen) y después llegaron Manuel Légolas con Beatriz, y Dani y Nieves de Borrón, y Rafa Ordóñez, y Alicia Mohíno y parecía aquello un encuentro de narradores sin haberlo previsto. Gente que le damos a la lengua en un marco perfecto.
En la exposición había tres salas. La primera de libros, cuadros y pequeños objetos sin uso aparente pero presente, como el del fauno de la foto; Libros de erotismo masculino, femenino, aunque hablar de género en el erotismo no tiene sentido. Lo erótico erótico es, al margen del resto. Libros muy interesantes, de fotografía la mayoría, y otros de historia general o particular del tema. Entre los cuadros pudimos contemplar un original de Viollet Le Duc dibujado con sepia o sienna, dos técnicas que a mí me sobrecogieron cuando las practiqué. Un original lleno de misterios... y hasta aquí puedo leer.
Uno de los objetos que más me llamó la atención, sin duda alguna, fueron los libros de almohada. Tablillas de hueso, marfil, barro o madera que iban engarzadas con hilo de lino o cuerda y representaban distintos caminos para disfrutar del sexo en compañía. Al parecer, la formación sexual de las mujeres en el antiguo nipón, era poca al igual que su experiencia, así que en su unión, les regalaban estos librillos para que les sirvieran de guía o de sugerencia. A mí me parecieron geniales y creo que incluso hoy tendrían su venta al servir a modo de juego. Di un número del 1 al 12... hoy nos toca...
En la segunda sala se exponían piezas de una excelsa delicadeza. Sobre dos mostradores de vidrio, y con las paredes en negro, se presentaban netsuqkes, inros y perfumeros, bajo dos preciosos libros de almohada enmarcados con gusto exquisito. Los primeros, los netsukes, eran una especie de broches para el kimono masculino, que va sin botones ni cremalleras ni nada. Entonces se ponían estos objetos de reducido tamaño pero de un detalle asombroso, y, a parte de servirles como de broche, lo utilizaban para colgar el inro, que es una especie de bolsito donde llevar lo mínimo (el móvil, el mp4, el dni y carnet del club de hippys).
Era asombroso observar la cantidad de detalles que poseía cada uno de ellos. Un trabajo realizado también sobre marfil o hueso. Verdaderas bellezas de la talla donde, manteniendo unas proporciones perfectas en cuanto a la perspectiva, no se les escapaba detalle alguno. Algunas piezas estaban engarzadas como se engarzan las parejas cuando retozan. Una maravilla vamos, que, (con manos temblorosas en mi caso por lo torpe que me caracteriza, aunque pude comprobar que mi torpeza no es de las mayores), engarzabas y desengarzabas hasta comprobar que a la pareja se le dibujaba una sonrisa aún más marcada.
Otra pieza curiosa eran las que guardaban sorpresa. La de la foto, por ejemplo. Era un huevo de cuyo interior asomaba la cabeza de un pollito, pero si tirabas de la cabeza, salía adosada a ella una mujer sonriente, cómo no, que estaba gozando del autoplacer calmo y tranquilo y en la serenidad que debe dar el interior de un huevo. Así había dos o tres objetos geniales que a mí me dejaron con los ojos bien abiertos.
La tercera era una simulación de lo que podría ser una habitación para el placer, pero claro, hay que entender que al ser de interior las personas que exponían, necesitaban de un ambiente especial para gozar del placer sexual. Yo al ser mediterráneo, atisbo en cualquier lugar un balcón o rincón romántico donde retozar. También había un armarito con un montón de objetos curiosos como el típico mechero que le das la vuelta y a la moza se le baja la parte alta del biquini; un sacacorchos cuyo mango es un niño desnudo típico de fuente y el sacacorchos, pues eso; varias barajas de cartas, de dados, de tablero, objetos varios, una piruleta con forma de polla... Todos comprados en comercios convencionales, nada de sex-shops ni tiendas eróticas...
Un lujo y placer de visita a la exposición. Por la exposición, por la explicación que fue más que entregada, por la invitación, por la atención y por el encuentro, que no acaba en -ción pero nos alegró un montón (un poco forzada la rima pero ahí está).
Me hubiera quedado más rato, pero me esperaba una autovía nevada con un carril para cada sentido que iba abriendo la quitanieves. Tensión que te hace conducir con atención. Estoy que me salgo. JA.
Uno de los objetos que más me llamó la atención, sin duda alguna, fueron los libros de almohada. Tablillas de hueso, marfil, barro o madera que iban engarzadas con hilo de lino o cuerda y representaban distintos caminos para disfrutar del sexo en compañía. Al parecer, la formación sexual de las mujeres en el antiguo nipón, era poca al igual que su experiencia, así que en su unión, les regalaban estos librillos para que les sirvieran de guía o de sugerencia. A mí me parecieron geniales y creo que incluso hoy tendrían su venta al servir a modo de juego. Di un número del 1 al 12... hoy nos toca...
En la segunda sala se exponían piezas de una excelsa delicadeza. Sobre dos mostradores de vidrio, y con las paredes en negro, se presentaban netsuqkes, inros y perfumeros, bajo dos preciosos libros de almohada enmarcados con gusto exquisito. Los primeros, los netsukes, eran una especie de broches para el kimono masculino, que va sin botones ni cremalleras ni nada. Entonces se ponían estos objetos de reducido tamaño pero de un detalle asombroso, y, a parte de servirles como de broche, lo utilizaban para colgar el inro, que es una especie de bolsito donde llevar lo mínimo (el móvil, el mp4, el dni y carnet del club de hippys).
Era asombroso observar la cantidad de detalles que poseía cada uno de ellos. Un trabajo realizado también sobre marfil o hueso. Verdaderas bellezas de la talla donde, manteniendo unas proporciones perfectas en cuanto a la perspectiva, no se les escapaba detalle alguno. Algunas piezas estaban engarzadas como se engarzan las parejas cuando retozan. Una maravilla vamos, que, (con manos temblorosas en mi caso por lo torpe que me caracteriza, aunque pude comprobar que mi torpeza no es de las mayores), engarzabas y desengarzabas hasta comprobar que a la pareja se le dibujaba una sonrisa aún más marcada.
Otra pieza curiosa eran las que guardaban sorpresa. La de la foto, por ejemplo. Era un huevo de cuyo interior asomaba la cabeza de un pollito, pero si tirabas de la cabeza, salía adosada a ella una mujer sonriente, cómo no, que estaba gozando del autoplacer calmo y tranquilo y en la serenidad que debe dar el interior de un huevo. Así había dos o tres objetos geniales que a mí me dejaron con los ojos bien abiertos.
La tercera era una simulación de lo que podría ser una habitación para el placer, pero claro, hay que entender que al ser de interior las personas que exponían, necesitaban de un ambiente especial para gozar del placer sexual. Yo al ser mediterráneo, atisbo en cualquier lugar un balcón o rincón romántico donde retozar. También había un armarito con un montón de objetos curiosos como el típico mechero que le das la vuelta y a la moza se le baja la parte alta del biquini; un sacacorchos cuyo mango es un niño desnudo típico de fuente y el sacacorchos, pues eso; varias barajas de cartas, de dados, de tablero, objetos varios, una piruleta con forma de polla... Todos comprados en comercios convencionales, nada de sex-shops ni tiendas eróticas...
Un lujo y placer de visita a la exposición. Por la exposición, por la explicación que fue más que entregada, por la invitación, por la atención y por el encuentro, que no acaba en -ción pero nos alegró un montón (un poco forzada la rima pero ahí está).
Me hubiera quedado más rato, pero me esperaba una autovía nevada con un carril para cada sentido que iba abriendo la quitanieves. Tensión que te hace conducir con atención. Estoy que me salgo. JA.
Nunca había estado tan tranquilo entre dos comisarias. Gracias.
Por DIOSSSS!!!! Claro que biblioteca de los elefantes la conozco, porque en Zaragoza tu hablaste de ese blog. Que bien ya lo tengo enlazado..
Una maravilla la exposición, lo certifico. Y una estupenda crónica tu post.
Un abrazo, amigo
Pep